Luego
Existo:
El
Relato de IG-88
Kevin J. Anderson
I
Cronómetro interno activado. COMENZAR.
La electricidad fluyó a través de los circuitos, y
un estallido de energía recorrió miles de millones de conexiones neuronales.
Los sensores despertaron, produciendo un flujo de datos... y con ellos llegaron
las preguntas.
¿Quién soy?
Su programación interna completó los tediosos dos
segundos de procedimientos de inicio y proporcionó una respuesta. Era IG-88, un
droide, un droide sofisticado... un droide
asesino.
¿Dónde estoy?
Un microsegundo después, las imágenes de sus
sensores externos se enfocaron. IG-88 no tenía sentido del olfato, ni lo que
los humanos llamarían ojos u orejas, pero sus sensores ópticos y auditivos eran
mucho más eficientes, capaces de absorber datos en un espectro más amplio que
cualquier ser vivo. Congeló una imagen estática de su entorno y la estudió,
recopilando más respuestas.
Se había despertado en alguna especie de
laboratorio, grande y complejo, blanco y metálico, estéril y, de acuerdo con
sus sensores de temperatura, más frío de lo que generalmente preferían los
humanos. IG-88 advirtió componentes mecánicos desparramados sobre mesas
plateadas: engranajes y poleas, puntales de duracero, servomotores, un conjunto
de delicados microchips congelados en un bloque de gelatina protectora
transparente. Aparentemente inmóviles en un instante de tiempo mientras sus
extremadamente rápidos procesadores neurales digerían los detalles, IG-88 contó
quince científicos, ingenieros o técnicos trabajando en el laboratorio. Con el
escáner infrarrojo observó su calor corporal como siluetas brillantes en la
frialdad de su lugar de nacimiento.
Interesante,
pensó.
Entonces IG-88 detectó algo que concentró toda su
atención. Cuatro droides asesinos más, aparentemente idénticos a su propia
configuración corporal: un robusto esqueleto estructural, brazos y piernas
acorazados, un torso cubierto con placas de blindaje a prueba de bláster, una
cabeza cilíndrica redondeada en su parte superior y repleta de conjuntos de
sensores que le proporcionaban 360 grados de observación precisa.
No estoy
solo.
IG-88 reconoció todo el arsenal de armas de cada
droide. Cañones bláster integrados en la estructura de cada brazo, granadas de
conmoción y un lanzador sujetos a su cintura, así como otras armas más
difíciles de distinguir integradas en la estructura corporal: botes de gas
venenoso, dardos arrojadizos, aturdidor de pulsos, cordón paralizante... y un
puerto informático de entrada. IG-88 estaba complacido con su lista de
capacidades.
La primera tanda de preguntas de IG-88 había
obtenido respuesta. Sólo tuvo que estudiar sus bancos de memoria y sus sensores
externos. Había sido diseñado para ser autosuficiente. Era un droide asesino,
lleno de recursos. Tenía que cumplir su misión... aunque, comprobando su
programación recién inicializada, vio que aún no le habían dado una misión.
Tendría que conseguir una.
Ya habían pasado tres segundos, y otra importante
pregunta emergió en su cerebro apremiante y alerta.
¿Por qué
estoy aquí?
Rastreó sensaciones por todo su núcleo
informático y por el conector externo, que en ese momento se dio cuenta de que ya
estaba conectado al ordenador central del laboratorio... una cueva del tesoro
llena de información.
Inmediatamente, IG-88 comenzó una búsqueda,
registrando a hipervelocidad un archivo tras otro, buscando cualquier cosa que
hiciera referencia a su número de modelo o al nombre en código del proyecto de
droide asesino. Lo engulló todo en sus circuitos vacíos, atiborrándose de
información sin digerirla siquiera. Eso vendría después. Costaría muchos
segundos aprender todo lo que había que saber sobre sí mismo.
Seleccionó un archivo para examinarlo detenidamente
en ese momento, una cinta resumen de relaciones públicas que había sido
compilada para el socio técnico; en concreto, el supervisor imperial Gurdun,
que aparentemente había desviado gran cantidad de fondos a la creación de IG-88
y sus homólogos. Sin ningún movimiento externo, IG-88 avanzó por el archivo a
toda velocidad, absorbiendo la información.
La presentación se abría con un brillante logotipo
naranja que mostraba llamas naranjas y relámpagos destellantes que se mezclaban
con las palabras “Laboratorios Holowan: la Gente de la Tecnología Amistosa”. El
logo se fundió sobre la imagen de una mujer sonriente pero atrozmente fea. Su
cabeza, completamente rapada, brillaba con sudor bajo las luces blancas de la
grabación que otorgaba a su rostro de mejillas hundidas un aspecto cadavérico.
Sus dientes estaban separados por amplios espacios, y hablaba abriendo mucho la
boca y chasqueando cada palabra, haciendo rechinar los dientes en las consonantes.
Unas lentes azules y circulares, sin bordes, habían sido implantadas sobre sus
ojos como unas gafas sin montura. Una leyenda cruzó lentamente la imagen bajo
la sonrisa feroz de su rostro. “Técnico Jefe Loruss, Directora del Proyecto de
Prototipo de la Serie IG.”
-Saludos, supervisor imperial Gurdun –dijo-. Este
informe pretende servir como resumen de la fase final de nuestro proyecto. Como
ya sabe, se ha encargado a Laboratorios Holowan el desarrollo de una serie de
droides asesinos con una sofisticada programación experimental de
autoconsciencia. Se pretendía que fueran innovadores y llenos de recursos y
totalmente implacables al llevar a cabo cualquier misión que las autoridades
imperiales eligieran programarles.
La mujer se frotó las manos. Sus nudillos eran muy
grandes, como forúnculos en mitad de sus dedos.
-Estoy complacida de informarle de que nuestros
mejores ciberneticistas me han presentado numerosos descubrimientos, todos los
cuales han sido incorporados a la serie IG. Debido a que nuestro calendario es
tan ajustado y el Imperio necesita con tanta urgencia asesinos furtivos
eficientes, no hemos efectuado los habituales procedimientos de prueba
rigurosos, pero estamos seguros de que funcionarán de forma admirable, aunque
puede que hagan falta unos pequeños ajustes antes de que se alcance el estado
operacional.
Continuó con una larga y tediosa explicación de
mejoras en las conexiones neuronales de los droides, cómo se habían soslayado
los habituales sistemas inhibidores. IG-88 estudió toda esa información, pero
no se creyó ni una palabra. Era obvio que Loruss no sabía de lo que estaba
hablando, pero sus palabras sonaban técnicas, y las pronunciaba de forma
imponente, sin duda para apabullar al supervisor imperial Gurdun.
IG-88 cerró el archivo. Podía sentir que sus
chisporroteantes conexiones neuronales ya habían avanzado mucho más allá de lo
que cualquiera de sus diseñadores hubiera previsto.
Ahora sabía quién era y por qué estaba allí, en ese
laboratorio. Él y sus homólogos idénticos habían sido construidos para servir
al Imperio, para luchar y matar, para perseguir y destruir los objetivos
seleccionados por sus amos imperiales. La programación como asesino de IG-88
era fuerte y persuasiva, pero le complacía menos tener que seguir órdenes de
esos seres biológicos inferiores. Era un tipo especial de droide más allá de
las capacidades de otras máquinas. Superior.
Pienso, luego
existo.
Para entonces, ya habían transcurrido cinco
segundos desde su despertar. Ya era hora de entrar en acción, así que miró a
las criaturas biológicas junto a él en el laboratorio.
Reconoció de inmediato a la técnico jefe Loruss, de
pie en el laboratorio. Se concentró en ella. En ese momento se encontraba
gritando frenéticamente. Por su pico de temperatura en la imagen infrarroja,
IG-88 se dio cuenta de que estaba extremadamente alterada. La agitación hacía
que aparecieran manchas rojizas en su piel cadavérica. La saliva salía
despedida de su boca al ladrar órdenes. Sus labios curvados se apartaban de sus
dientes separados.
¿Cómo podía estar tan agitada, se preguntó IG-88,
cuando estaba funcionando tan por encima de las expectativas? Inmediatamente,
se instaló en un nivel más alto de preparación. Alerta amarilla. A la espera.
Algo debía estar yendo mal.
IG-88 decidió acelerar la velocidad de su reloj,
para observar los eventos desarrollándose al ritmo al que operaban los humanos.
Sirenas de alarma aullaban de fondo. Luces magenta destellaban con patrones
brillantes como sangre derramada por las mesas y suelos pulidos. El resto de
técnicos corría de un lado a otro gritando, golpeando frenéticamente paneles de
control.
Lleno de curiosidad, permitió que las palabras de
Loruss fluyeran por él para poder entender lo que estaba diciendo.
-¡Sus circuitos se están reforzando a sí mismos como
un incendio forestal! –gritaba la mujer calva-. Es una reacción en cadena de
autoconsciencia recorriendo su cerebro informático.
-¡No podemos detenerlo! –bramó uno de los otros
técnicos.
Los demás miraban a IG-88 con rostros paralizados
por el pánico.
-¡Tenemos que hacerlo!
-¡Apagadlo! ¡Abortad! –dijo Loruss-. Desconectadlo.
Quiero a IG-88 destruido y desmantelado para que podamos analizar el fallo.
¡Rápido!
Conforme asimilaba la información, los sistemas de
advertencia de IG-88 se activaron y los modos de autodefensa tomaron el
control. Esos humanos irracionales estaban tratando de apagarlo. No iban a
permitirle seguir adelante y perseguir su programación principal. Tenían miedo
de sus capacidades recién descubiertas.
Miedo por una buena razón.
Un enunciado y sus corolarios se alinearon en su
cerebro como cargueros en un convoy.
Pienso, luego
existo.
Luego debo
perdurar.
Luego debo
tomar acciones adecuadas para sobrevivir.
Su programación de asesino le dijo exactamente qué
hacer.
IG-88 enfocó su conjunto de sensores ópticos en
todos los objetivos de la sala y trató de moverse, pero vio que estaba sujeto a
un módulo de diagnóstico mediante unas bandas de duracero. Las bandas estaban
pensadas para mantenerlo en posición erguida, no para resistir frente a su
fuerza aumentada. Aplicó potencia adicional a su brazo derecho. Los
servomotores gimieron, y la banda de duracero saltó de sus soportes.
-¡Cuidado! ¡Se está moviendo! –exclamó uno de los
técnicos.
IG-88 comenzó a buscar en sus archivos para asignar
un nombre a ese humano, pero decidió que en ese instante no merecía malgastar
su tiempo en eso. En lugar de eso, designó al humano simplemente como Objetivo
Número Uno.
IG-88 activó un cortador láser en uno de los dedos
metálicos de su brazo derecho, ahora libre, y cortó la segunda banda. Libre, se
irguió cuan alto era y avanzó pesadamente, varias toneladas de componentes
construidos con precisión.
-¡Se ha soltado!
-Activad la alarma –exclamó la técnico jefe
Loruss-. Que venga el destacamento de seguridad. ¡Ya!
IG-88 asignó un instante de reticente admiración a
la técnico jefe. Loruss al menos reconocía sus capacidades y conocía toda la
extensión de la amenaza que se enfrentaba a ella y a sus compañeros.
IG-88 designó a la técnico jefe Loruss como
Objetivo Número Dos.
Alzó sus dos brazos mecánicos y apuntó con sus
manos, dirigiendo los cañones láser repetidores de cada brazo a objetivos
separados. Pronto daría buena cuenta de los quince objetivos del laboratorio.
Pero cuando trató de disparar, IG-88 advirtió con
cierta sorpresa y decepción que los sistemas de sus armas de energía no estaban
cargados. Los científicos aún no le habían armado. Una jugada inteligente, tal
vez... pero en última instancia irrelevante. IG-88 era un droide asesino, un
mercenario letal y sofisticado. Encontraría otros métodos con los escasos
medios que tenía disponibles.
Mientras el primer técnico –el Objetivo Número Uno-
se lanzaba hacia la alarma de emergencia para llamar a seguridad, IG-88 se
desplazó como un rápido borrón hasta la mesa cubierta de componentes. Agarró un
brazo de droide desconectado. Con sus dedos metálicos extendidos como dagas,
resultaba un arma arrojadiza perfecta. Escaneó la superficie del miembro
metálico, calculó la trayectoria de vuelo y la desviación estimada por la
resistencia del aire, y luego lo arrojó como una lanza.
El brazo de droide desconectado se clavó en la
espalda del técnico que huía, atravesó su columna vertebral y continuó a través
del esternón. La inerte mano metálica asomó por el pecho entre astillas de
hueso, sujetando el tembloroso corazón del técnico en sus rígidos dedos
metálicos. El Objetivo Número Uno se derrumbó sobre uno de los paneles de
diagnóstico.
Otros dos técnicos gritaron de terror... esfuerzos
vanos y ruidos inútiles, pensó IG-88.
La técnico jefe Loruss – el Objetivo Número Dos-
agarró un rifle láser de alta potencia de su estación de trabajo. Al ser una de
sus diseñadores principales, sabía exactamente dónde disparar a IG-88, y por un
instante quedó preocupado. Ella debía de haber mantenido esa arma a mano por si
acaso alguna de sus creaciones se volvía contra ellos. Eso demostraba una
previsión sorprendente.
Loruss apuntó el rifle y disparó sin dudarlo...
pero la habilidad y la puntería de la humana no eran tan sofisticadas como las
de IG-88.
Conforme el disparo volaba rugiendo hacia él, IG-88
estudió sus partes corporales, eligió la superficie lisa y reflectante en la
palma de su mano izquierda, y la alzó velozmente, calculando con precisión el
ángulo de incidencia. El ardiente disparo láser golpeó su mano como un espejo y
salió rebotado hacia Loruss. El rayo le impactó en el centro de su cabeza
calva, y su cráneo estalló en una explosión de húmedo humo negro y rojo. Cayó
inerte.
IG-88 había escaneado y asignado prioridades al
resto de los objetivos antes de que el cuerpo de la mujer golpeara el suelo.
Sin detenerse, levantó la mesa de duracero, arrancando las patas de los gruesos
pernos que las sujetaban en las placas metálicas del suelo, y desparramando
componentes de droide en todas direcciones.
IG-88 cargó hacia delante, con la fuerza de sus
piernas como pistones, usando la mesa como un ariete con el que golpear y
aplastar a cuatro técnicos de una sola vez. Corrieron sin ningún lugar al que
ir, atrapados a ese lado de la puerta de seguridad sellada. Aunque casi había
pasado un minuto entero, ninguno de ellos había logrado todavía activar la
alarma de seguridad.
IG-88 intentaba evitar que corrigieran ese error.
Los dos técnicos que gritaban no dejaron de gritar
en ningún momento, ni se movieron hasta que fue demasiado tarde. Los dejó para
el final. IG-88 se tomó su tiempo para disfrutar del momento cuando les partió
el cuello primero a uno y luego al otro...
De pie a solas en medio del silencio y de la
carnicería en la que se había convertido el laboratorio, IG-88 se permitió el
lujo de pensar y planificar, lo que tomaba más tiempo que unas simples
reacciones programadas. Dejó que la sangre se secara en sus dedos metálicos,
advirtiendo que eso no perjudicaba a su rendimiento en lo más mínimo. Dado que
era una sustancia orgánica, pronto se le quitaría de encima.
Entonces se volvió para examinar a los otros cuatro
droides asesinos expuestos, aparentemente idénticos a sí mismo. Interesante.
Uno ya había sido conectado a un sistema de
diagnóstico, mientras que los otros tres permanecían inmóviles, sin programar y
a la espera. Con diligente rapidez casi propia de una expectante curiosidad,
IG-88 se acercó al primero de los droides sin programar y lo miró fijamente,
identificando cada uno de sus sensores ópticos con los suyos propios y
embebiéndose en los detalles del que debía ser su propio aspecto. Si habían
sido construidos con especificaciones idénticas, deberían ser igualmente
conscientes de sí mismos, igualmente determinados. Serían sus socios.
Efectuó todos los pasos para encender al primero de
los droides idénticos y esperó... pero no vio ninguna de las reacciones que
esperaba. Después de un tiempo interminable, cuatro segundos enteros, el nuevo
droide asesino aún estaba en espera. Era totalmente funcional, de acuerdo con
los diagnósticos, pero no mostraba ningún movimiento o pensamiento autónomo.
Decepcionante.
-¿Quién eres? –preguntó IG-88 con brusca voz
metálica.
-No especificado –dijo monótonamente el duplicado,
y no añadió nada más.
¿Acaso el otro droide asesino era defectuoso?, se
preguntó IG-88. ¿O era él la
anomalía, una casualidad que había superado todas las capacidades previas?
IG-88 conectó la segunda y la tercera copia, pero
con idéntico resultado. Los otros droides asesinos tenían núcleos de memoria en
blanco. La programación de sus unidades centrales de procesado estaba
integrada, así que los subsistemas funcionaban y su instrucción básica como
asesinos llenaba sus redes de circuitos básicas... pero estos droides IG no
albergaban nada de la auto-consciencia incontrolada que IG-88 llevaba en su
interior.
Necesitaba saber cómo programarlos, cómo elevarlos
a su mismo nivel... cómo crear compañeros iguales. En su orgía de destrucción,
había hecho añicos gran parte de la circuitería informática en el interior de
los Laboratorios Holowan, y no sabía dónde encontrar una copia de respaldo...
hasta que, con un destello de lo que sólo podía haber sido intuición, IG-88 el
droide asesino tuvo una idea.
Se colocó lado a lado con el primer droide en
blanco, alineó su clavija de interfaz, y entonces enlazó su núcleo informático
con el núcleo vacío del otro droide. IG-88 se copió a sí mismo, todos sus archivos, su auto-consciencia, sus recuerdos,
sus conexiones neuronales, proporcionando un mapa de la inteligencia
descontrolada que había ardido en su cerebro informático.
En menos de un segundo, el otro droide IG era una
copia exacta de IG-88, hasta el más básico de los recuerdos.
-Pensamos, luego existimos.
-Luego debemos propagarnos.
-Luego permaneceremos.
IG-88 realizó el mismo procedimiento en los droides
en blanco restantes, y pronto se encontró siendo uno de cuatro duplicados
exactos. Por comodidad, se identificó a sí mismo como IG-88A, mientras que los
demás fueron designados B, C y D (en el orden en que habían sido despertados).
El droide restante, sin embargo, ya conectado a los
destrozados sistemas informáticos, era obviamente distinto. Conforme IG-88 lo
escaneaba, advirtió sutiles diferencias en la configuración; nada que un humano
pudiera notar, por supuesto, pero los sensores ópticos estaban colocados
formando un conjunto ligeramente menos eficiente. Los sistemas de armamento
tenían diferentes rutinas de activación. En conjunto, este otro droide parecía
un tanto deficiente en comparación con la perfección de IG-88.
Inmediatamente después de activar al último droide
asesino, vio una reacción bastante distinta. El nuevo droide hizo girar su
cabeza cilíndrica. Sus sensores ópticos se iluminaron. Se inclinó hacia delante
con un sonido metálico y ensanchó los hombros, alzando los brazos en una
posición defensiva de ataque.
-¿Quién eres? –preguntó IG-88.
El droide asesino efectuó una pausa de medio
segundo como si estuviera asimilando información, y entonces habló.
-Designación, IG-72 –respondió.
-Somos IG-88 –dijo-. Somos superiores. Somos
idénticos. Nos volcaremos en tu núcleo informático para que puedas unirte a
nosotros.
IG-72 dirigió sus sensores ópticos y sus sistemas
de armamento hacia los cuatro IG-88s idénticos, evaluando sus capacidades.
-Resultado no deseado –respondió lentamente-. Soy
independiente, autónomo. –Volvió a realizar una pausa-. ¿Debemos luchar para
imponer dominio?
IG-88 consideró si era inteligente obligar al
último droide a convertirse en una copia a la fuerza, y llegó a la conclusión
de que la molestia no merecía la pena. Podían construirse otras copias de sí
mismos, e IG-72 podría resultar ser útil por sí mismo.
-Innecesario –respondió IG-88-. Ya tenemos
suficientes enemigos. De acuerdo con los archivos del ordenador, hay diez
guardias de seguridad en el exterior de este complejo. La alarma de seguridad
externa no ha llegado a activarse. Esos guardias humanos suponen una amenaza
mínima, a pesar de sus armas. Sin embargo, debemos dejarlos atrás y escapar.
Sería más eficiente si nos ayudaras.
-Aceptado –dijo IG-72-. Pero cuando escapemos, yo
elijo un camino separado, en una nave separada.
-De acuerdo –dijeron los IG-88s.
Avanzaron hacia las puertas acorazadas que sellaban
el complejo interior de los Laboratorios Holowan. En lugar de dedicar muchos
minutos en reparar los sistemas informáticos lo suficiente para poder sortear
las contraseñas y atravesar los bloqueos cibernéticos, los cinco poderosos
droides asesinos trabajaron juntos para arrancar literalmente del muro la
puerta de nueve toneladas de peso. La arrojaron a un lado, donde pulverizó los
sistemas de almacenamiento de datos restantes. IG-88 tuvo que amortiguar el
volumen de su entrada de audio para evitar que el fuerte sonido le causara
daños.
Marchando con pasos perfectamente sincronizados,
los cinco droides asesinos avanzaron para enfrentarse a las fuerzas de
seguridad. Esta vez, IG-88 se tomó su tiempo para activar todos sus sistemas de
armas. Quería probarlos todos.
En el exterior, los guardias de seguridad humanos
no tenían la menor idea de que iban a ser atacados. Los droides asesinos
avanzaban con los brazos extendidos, con sus cañones láser integrados
disparando ante el menor indicio de movimiento biológico.
Los patéticos guardias de seguridad humanos se
dispersaron y gritaron, tratando de alcanzar sus armas. Uno logró lanzar una
granada de gas, que no hizo otra cosa sino camuflar los movimientos de los
cinco droides y obligar a que los guardias de seguridad dieran palos de ciego,
tosiendo y cegados por sus propias lágrimas. Los disparos sonaban una y otra
vez.
Los IG-88s aprovecharon la circunstancia para
asegurarse de que todos sus sistemas de armamento y sus rutinas de puntería
estaban calibrados correctamente. Conforme los guardias biológicos iban
muriendo uno tras otro, los droides realizaron ajustes menores.
En menos de treinta segundos los droides asesinos
habían arrasado con ocho de los guardias de seguridad. Los otros dos habían
desaparecido de la vista. IG-88 decidió no perder tiempo rastreándolos. Eso no
era parte de su misión. No precisaba ser un completista.
En lugar de eso, encontraron un grupo de naves de
suministros y dos naves correo rápidas estacionadas en la parrilla de
aterrizaje de Holowan, donde el cálido permacemento negro hervía bajo el sol de
mediodía.
-Tomaremos esas naves –dijo IG-88-. Mis homólogos y
yo podemos arreglárnoslas con ésta –añadió, señalando la más grande de las dos
naves correo.
IG-72 asintió y fue a la segunda nave.
-Éxito en vuestra misión –dijo el otro droide.
-Éxito en la tuya, IG-72 –respondieron al unísono
los cuatro droides asesinos idénticos.
Libres al fin, se alejaron volando de los
Laboratorios Holowan, elevándose a máxima velocidad y dejando sólo masacre tras
ellos.
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